Detalles: Riki, el nuevo ícono romántico de la costa oeste, regresa con su segundo simulacro de synth-pop impecable, titulado acertadamente por la preciosa esencia que lo constituye: Gold. Inspirado en las nociones de poder simbólico, desprendimiento y los reinos transmutables del corazón, el álbum perfecciona aún más su excepcional talento para hacer que la melancolía desmayada sea tan antémica como atmosférica. Trabajando con Josh Eustis, cofundador de Telefon Tel Aviv, en su estudio de Pasadena, las sesiones se desarrollaron de forma fluida y fructífera, centrándose en los "momentos más tranquilos" y refinando la paleta y la voz del disco. La interrupción ocasional de una bandada cercana de loros salvajes infundió una atmósfera de ensoñación californiana, con atardeceres púrpuras que se disuelven en una noche de neón cada vez más profunda. Como todo el pop más elusivo, la composición de Riki es a la vez directa y oblicua, dinámica y distante, pasando de un estribillo brillante a un final elíptico según su propia lógica poética. Ella caracteriza su musa lírica como "muy parecida a lo que está pasando en mi vida, cosas que quería decir pero no tenía la plataforma". Esta corriente subyacente de realización de sueños anima las melodías con una especificidad e inmediatez que trasciende su panteón de influencias de los 80: desde Saâda Bonaire y Strawberry Switchblade hasta Bryan Ferry, Bananarama y más allá. Gold se inclina menos hacia la pista de baile que su clásico debut de 2020, pero en conjunto es igual de conmovedor, elegante y exquisitamente producido. Arreglos evocativamente estratificados de maquinaria de batería, secuenciador, bajo sin trastes, guitarra de cielo gris, saxofón y efectos, anclados en la voz singular de Riki, alternativamente panorámica y herida, anhelando más allá del tiempo éxtasis fugaces y eternos: "Pensé que te conocía, pero te has ido muy lejos / no está en tu naturaleza quedarte / pero el pensamiento de que te necesito, se hace más fuerte cada día / los colores comienzan / a cambiar".