Detalles: A punto de lanzar su tercer álbum en solitario, el saxofonista noruego Bendik Giske se conoce bien. Con su nuevo disco homónimo, se encuentra en su mejor momento como artista: seguro de sí mismo y de su talento, impulsado por el reconocimiento de la crítica de todos los ámbitos —incluyendo dos nominaciones al Grammy noruego— y un auge de público en todas partes. Con la intrigante elección de Beatrice Dillon como productora del álbum —claramente la música electrónica británica es una compañera de camino en la práctica de la expresión estética original—, su influencia es inmediata y profundamente sentida. Juntos, eliminan una capa de melodismo, perfeccionando el patrón y el ritmo para revelar una dimensión diferente de su fascinante sonido. Al trabajar de nuevo con grabaciones de una sola toma, sin sobregrabaciones, solo el saxofón y su cuerpo, desaparecen el espacio reverberante y el glamour melifluo. Giske encuentra el resultado similar a una desnudez frontal musical: cada detalle, cada jadeo y resoplido audible, sin oscurecimiento ni estetización. La gente puede apartar la mirada cuando no es tan bonito, pero lo que queda se siente más presente y potente. Confrontacional, exige mayor atención, pero a través de su fisicalidad —se puede oír y sentir su cuerpo en la música— te transporta a un estado de fluidez, a medio camino entre el éxtasis, la euforia y el despertar espiritual. Intensamente humano, también hay una tensión marcada allí, como siempre la habrá cuando se lucha por la existencia y la validez, elegantemente ilustrada por las impactantes fotografías del artista de Florian Hetz en las portadas del lanzamiento. En parte, Giske se inspira en El arte queer del fracaso de Judith Halberstam. Si bien se ha beneficiado de su formación y participación en el entorno del conservatorio de jazz, su camino lo llevó mucho más allá de sus confines. Trabajar estas nuevas exploraciones con su instrumento ha sido un proceso de diez años de pelar lo que sabía que finalmente no encajaba, encontrando el territorio sonoro de su experiencia vivida. Lo que emergió fueron sistemas que permitieron estudios de tempo y proporción, un punto de partida para un enfoque improvisatorio inmersivo, mapeando años de exploración musical. Es el sonido de la emancipación social a través del pulso meditativo y la velocidad de la respiración circular y la danza del cuerpo, especialmente de los dedos, la lengua y los labios. Giske sabe que la música puede ser una herramienta poderosa para unir a las personas y encontrar ideas, y la longevidad de su proyecto es, en su máxima expresión, un llamado al cuidado, la unión, la narración y la capacidad de unirse por una causa común. Con toda sinceridad, Bendik Giske es una propuesta de veracidad y existencia, un espacio para expresar la esencia más profunda de uno mismo.