Detalles: Olena Kushpler escribe: «Desde mi juventud me ha fascinado la música de Leoš Janácek: inicialmente por sus obras vocales, en particular Jenufa, una ópera con un tono «campesino» puro y de una autenticidad tan radical que se transforma en música de vanguardia. Descubrí el repertorio para piano de Janácek más tarde y comprendí de inmediato su principio estético fundamental: quería escribir una música de verdad. El virtuosismo por el virtuosismo no tenía cabida en su enfoque. Comprendí que el maestro bohemio se posicionaba claramente en el gran debate musical del siglo XIX. Este se debatía, por un lado, entre la estética formal, que consideraba la música como «formas sonoras en movimiento» (en palabras del decano de la crítica vienés Eduard Hanslick), y, por otro, la estética del contenido musical de Berlioz, Schumann, Wagner y Bruckner, quienes dedicaron sus esfuerzos a transformar la poesía e incluso la filosofía.» En la música. En Janácek, también siento que se esfuerza por impregnar cada frase de una profunda expresión, creando así música que refleja sus sentimientos, esperanzas y decepciones. La música de Janácek extrae su energía de los contrastes, que a veces pueden ser violentos: cada pieza contiene momentos de brillante luminosidad, así como de dramático conflicto. Considero su ciclo para piano "En un camino cubierto de maleza" como una obra claramente autobiográfica que refleja las experiencias y estados de ánimo que experimentó en la vida real. La muerte de su hija Olga lo llevó a una profunda desesperación, y los títulos de las piezas individuales reflejan cómo los pensamientos de un padre giraban en torno al recuerdo de su hija perdida. "Nuestras tardes", "Una hoja que se ha llevado el viento" y "Faltan las palabras" son piezas individuales que presagian la tragedia que se avecina. El ciclo culmina con "¡La lechuza común no ha volado!", y podemos observar que la creencia popular consideraba a la lechuza común un ominoso mensajero de la muerte.