Detalles: Pocos grupos en la historia reciente han forjado una obra tan desconcertante y alquímica como Coil, la pareja formada por Peter "Sleazy" Christopherson y John Balance. Álbum tras álbum, fase tras fase, sus grabaciones se adentran en las profundidades desconcertantes de la electrónica industrial esotérica, el ocultismo y la poesía psicodélica, encarnando y alienando corrientes paralelas de sus colegas. El final de los 90, en particular, fue una época fértil para el dúo, que abrazó el azar, el caos y la colaboración, potenciada por los recientes avances en síntesis y sampling. Oportunamente, en la cúspide del largo y embriagador arco de la década, sus divergentes versos de ritual intersticial se consolidaron en una de las creaciones más célebres y alucinantes de Coil: Music To Play In The Dark. Reunidos en la enorme casa-estudio victoriano de Balance y Christopherson en la ciudad costera de Weston-super-Mare, comenzaron una serie de ambiciosas sesiones con la ayuda de sus allegados, Thighpaulsandra y Drew McDowell. Si bien el proceso creativo fue, sin duda, iterativo y un tanto confuso, los resultados son asombrosamente ingeniosos y bien logrados, con matices de canto fúnebre adivinatorio, cósmico de agujero de gusano, lounge negro, humor ominoso y downtempo de misa negra, guiados por la críptica musa lunar de Balance, que anuncia en el tema de apertura: "Esta es música lunar / a la luz de la luna". Lo más destacable del álbum, 20 años después de su lanzamiento, es lo descarado, aislado e impredecible que aún se percibe. Las canciones siguen una lógica alusiva y de estado alterado, que va desde microscópicas ondas de glitch y respiración hasta una psicodelia de brujo de pantalla ancha, y viceversa, tan hipersensorial como interdimensional. Incluso dentro de un catálogo tan ecléctico como el de Coil, Music es una colección desconcertante, evocaciones oníricas del deseo, la decadencia, el jazz para cenar y consejos dietéticos, mucho más allá de cualquier ambigüedad industrial gótica que haya dado origen a semejante viaje. El disco cierra con un lento y estrellado shuffle, bañado por efervescentes ráfagas de textura espectral y agudos tonos de catedral, como acercarse al altar de un templo arcano. A medida que el trance se intensifica, la voz de Balance se eleva, transformándose en una neblina cada vez más inquietante y gaseosa, pero él resiste estas fuerzas invisibles, decidido a pronunciar un sermón final: «A través de las brumas silbantes de la historia / el soñador sigue soñando / el soñador sigue soñando».