Detalles: Prensado de vinilo LP. Lanzamiento en 2018. Hay un motín en marcha. No necesitas que yo, o Yo La Tengo, te lo digamos. Estos son tiempos oscuros, tanto en nuestras cabezas como en las calles. Es fácil perder el contacto con el suelo. La confusión y la ansiedad se entrometen en la vida diaria y te hacen perder la brújula. Hay momentos que exigen himnos, algo que te saque de tu depresión y te ponga fuego en los pies. Y a veces lo que se necesita es un bálsamo, un sonido que te envuelva y te deshaga los nudos del cuello. Para Yo La Tengo, esto es una pintura de acción a cámara lenta. Ira Kaplan, Georgia Hubley y James McNew lo hicieron todo ellos mismos, en su estudio de ensayo, sin ingeniero ni equipo complicado (John McEntire luego ayudó en la mezcla). No ensayaron juntos de antemano; encendieron la grabadora y dejaron que las cosas se fusionaran. Las canciones se unieron durante largos periodos, a veces hasta un año entre cada parte. Nunca lo adivinarías, ya que las capas se unen con una brocha tan líquida. Imaginarías que la mayoría de las canciones surgieron completas, ya que entrarán en tu cabeza de esa manera. Mientras hay un alboroto en marcha, Yo La Tengo te recordará lo que es soñar. El sonido burbujea, baña, fluye y se ondula. Si los discos estuvieran dedicados a los elementos cardinales, este sería agua. Hay neblinas brillantes, retumbos espectrales, un destello de enmascaramiento hacia atrás. Estás ahí. E incluso si tu mente no está despejada —sacudida, desorientada, sin palabras y sin tiempo— aún puedes flotar, cabalgar sobre las olas de un océano más profundo que tus preocupaciones, por encima del sonido y por encima del Sonido.