Detalles: En el norte de África, una ziara es una ceremonia espiritual donde las personas acuden a exorcizar demonios, purificar sus cuerpos y reafirmar en voz alta su apego a Dios, al profeta y a las deidades que dicen encarnarlo. En esta ocasión, se producen arrebatos desenfrenados del público, pero esto no tiene nada que ver con las orgías romanas, ya que carece de libertinaje ostensible, afrodisíacos o saturnales; es simplemente una difuminación de la línea entre lo religioso y lo supersticioso. En una parábola estridente, los gritos brotan de los pechos, retorciendo el espacio vertical y incendiándolo todo; se canta un coro delirante que termina en síncopa, y la letanía, cuyo leitmotiv Ya Chai, Ya Afi (Oh ​​Sanador...), gritado al unísono, crece hasta un crescendo hasta que el cuerpo queda totalmente exhausto. Un éxtasis embriagador que recuerda a un ritual vudú. Lo que los místicos llaman “unión en Dios”, un Dios que se multiplicaría. Los intérpretes más brillantes de este tipo de ceremonia son los gnawa. Originarios del África negra, principalmente de Sudán y Senegal, fueron implantados a la fuerza en el sur del Magreb por invasores tuareg que buscaban utilizarlos como esclavos. Tras varias décadas de servidumbre, lograron superar su dolorosa condición, que evocan en algunas de sus canciones, y, gracias a la fecundación cruzada, formaron una raza mestiza conocida como los hormis (los rojizos). Se agruparon entonces en hermandades místicas, las más importantes de las cuales se asentaron en Marruecos, y se dedicaron a rituales mediante los cuales, mientras atestiguaban la grandeza y omnipotencia de Alá, perseguían sus fatales relaciones con los djins o djenoun, espíritus similares a genios que pueden ser benévolos u hostiles. Pero sobre todo, los Gnawa, que nunca renunciaron a su fe en las divinidades animistas, se distinguen por su música, danza y ritmos cautivadores, a los que se les atribuyen virtudes terapéuticas. Durante las festividades, todos los movimientos son orquestados y escenificados por el maâlem, o maestro (uno de los más famosos es Si Mohamed Chaouki), pues solo él conoce todas las reglas. Domina el instrumento que ayuda a la curación, el guembri, una especie de bajo acústico rasgueado con tres cuerdas de tripa, y sabe qué melodía-remedio corresponde a cada paciente poseído por un espíritu en particular. Todo esto se acompaña de dekka (palmas frenéticas) y sacrificios de animales (pollos, cabras y, en raras ocasiones, toros). En los últimos años, la tradición musical y rítmica gnawa, que se inspira tanto en los arabescos de Oriente Medio como en la percusión africana, ha experimentado un notable resurgimiento entre los artistas marroquíes de la nueva generación. Pero hasta ahora, solo el popular grupo Nass El Ghiwane ha logrado, con talento, fidelidad y autenticidad, reconstituir el espíritu gnawa, como lo demuestra este álbum. Así que, únete a ellos y sumérgete en el trance.