Detalles: La producción de Keith Kenniff, originario de Pensilvania y conocido como Goldmund, lo ha consolidado como uno de los compositores más destacados de música ambiental minimalista con piano, junto a colegas como Hauschka, Dustin O'Halloran e incluso Ryuichi Sakamoto, quien describió la obra de Kenniff como "tan, tan, tan hermosa". Sus grabaciones recorren con sinceridad caminos cargados de timbres polvorientos, sintetizadores difusos y texturas de cuerdas imponentes, matizadas por el tenue resplandor de un cielo analógico nublado. En The Time it Takes, el nuevo libro de polaroids auditivas de Goldmund, Kenniff logra profundizar en la emotividad de su ya conmovedor proyecto, creando un espacio para desplegar las penas de una época problemática y deleitarse con la esperanza y la belleza que le siguen. En este sentido, The Time it Takes aborda el duelo de frente, sin temas de escapismo ni pastoralismo, y marca otra entrada en una obra impresionantemente consistente. Desde los primeros murmullos de su tema inicial, "Day in, Day Out", The Time it Takes evoca la naturaleza en cascada del duelo. Está la primera tragedia, la pérdida misma, luego la segunda, la disipación del recuerdo de lo perdido. Comenzamos lamentando una pérdida directamente; años después, el dolor reaparece no solo por esa pérdida, sino por la idea de que su significado se desvanece con cada vuelta de página del calendario. Un piano envejecido resuena suavemente justo al otro lado de un foso infranqueable del tiempo; la presencia de su operador se evidencia en el roce de los pedales y el cambio de mecanismos, y coros seráficos se filtran desde lugares invisibles. Es un diagrama en miniatura de cómo el mundo exterior se transforma en el interior, y viceversa. "Memory Itself" sigue el mismo camino con texturas terrosas que se ven lentamente sepultadas por las celestiales a medida que transcurren los segundos. El piano de Kenniff se enciende gradualmente con el sintetizador, el coro y las vibrantes cuerdas de su igualmente emotivo compañero de sello, Christopher Tignor. La canción es un crescendo que transmite igual de terror que alivio según el estado de ánimo del oyente. Como gran parte de The Time it Takes, "Respite" hace honor a su título, pero no porque se base en los principios New Age de comodidad y relajación. Profundamente ferviente, refleja, en cambio, el tipo de alivio emocional que puede hacer llorar a alguien si tiene la suerte de encontrarlo en medio de una crisis. Por el contrario, el siguiente "Rivulet" se agazapa en una preocupación e incertidumbre contenidas entre sintetizadores deteriorados que aúllan en pasillos oscuros. "The One Who Stands By" aborda una sensación similar de amenaza sutil. Con su arpegio cadencioso, bajo pulsante y drones rasposos, la pieza avanza ansiosamente hacia un dilema severo e irresuelto. Anteriormente, temas como "For Old Times" exploran los lados serenos del dolor y el anhelo que conforman los sentimientos centrales del álbum: oportunidades perdidas de compartir cosas con personas que han fallecido y se han perdido para siempre en el pasado; pequeñas batallas internas ganadas o perdidas en silencio, pero de las que nunca se habla; una fuerte lluvia seguida de un sol vespertino lateral que imparte la admiración suficiente para hacerte sentir bien con tu papel imperceptible en todo esto. Como si necesitáramos convencernos, Kenniff demuestra una vez más su habilidad para crear viñetas de diseño sonoro personales, privadas y silenciosas, pero a la vez grandiosas, colosales y profundas. La nostalgia a veces se convierte en una presa fácil para el mundo del marketing, o peor aún, en un síntoma del desarrollo atrofiado de una generación que retrocede en un mundo que avanza implacablemente. Pero en lugar de caer en un pastiche reductivo y culpable, Kenniff disipa cualquier idea de la contraproductividad de la nostalgia utilizando nuestra memoria colectiva como un pincel más, arrebatando así su música de cualquier línea temporal cultural lineal. En ese sentido, hay pocas voces artísticas tan distintivas como la de Goldmund. Conjurando mágicamente la grandeza con tan solo unos pocos ingredientes simples (piano, sintetizador, reverberación y un poco más), el sonido de Kenniff se ha vuelto tan universal que sería comprensible que no sepas a quién pertenece. Al diablo con las imitaciones, cada grabación de Goldmund está hecha de una tela inimitable tejida a partir de realismo emocional, honestidad, imaginación vívida y hábil moderación.