Detalles: En las sagradas pistas de bolos, un strike es el pequeño milagro de que los diez bolos caigan a la vez. Dos strikes consecutivos hacen un doble. Si lo haces una tercera vez, tendrás un pavo. La historia decidirá qué metáfora deportiva aplicar a los dos primeros discos de Mike Krol, I Hate Jazz (2011) y Trust Fund (2013). Pero en Turkey —el primer disco de Krol para Merge—, la aguja se encuentra con el ritmo, sin ambigüedad. Una bola negra brillante rueda por los centros comerciales suburbanos de un Wisconsin cubierto de poliéster y vira peligrosamente cerca de una cuneta de la Costa Este antes de ganar impulso en una carrera que desafía la física hacia el Pacífico. California es donde cae el bolo de cabeza: la velocidad justa, la geometría perfecta, la intención del lanzador bellamente realizada en un momento ruidoso de impresionante destrucción. A Mike Krol le robaron la bicicleta y le rompieron el corazón. Abandonó el diseño gráfico como carrera. Siguió tocando la batería y la guitarra, y escribiendo canciones sobre lo que odiaba y lo que amaba. Al irse de Milwaukee a Los Ángeles, tomó varios años de malos caminos. Pero cuando llegó a un estudio en Sacramento en marzo de 2014, tenía todo en orden. Conectar el micrófono vocal a un amplificador de guitarra. Conectar la guitarra a una caja de válvulas que se recalentaba. Guardar el ordenador en el armario. Grabar la cinta.