Detalles: El Nido: un abrazo acogedor en tiempos inciertos. El mundo cambió para siempre en el segundo trimestre de 2020. La vida a la que estábamos acostumbrados dejó de serlo, invadidos por el miedo constante, la desconfianza en todo lo que nos rodeaba y una actitud fatalista hacia el mundo en el que vivíamos. Con la pandemia llegaron el confinamiento, el aislamiento obligatorio durante meses, las calles vacías, las mascarillas, el desinfectante de manos, el miedo a salir, una lista absurda de muertes por COVID, la tensión diaria de no saber cuándo terminaría todo y la urgencia de "volver a la normalidad", algo que ciertamente nunca sucedió. De esa saturación pandémica y ese afán de "normalidad" surgió 'El Nido', el tercer álbum del productor colombiano radicado en Italia, Montoya, quien describe este disco como "volver a ser vírgenes del destino, enfrentar ese mundo fatalista y crear ese anhelo de tranquilidad. Saborear ese momento previo a la pandemia, ese instante en el que lo más importante no era la realidad inmediata ni la situación global". Montoya ve 'El Nido' como ese lugar tranquilo que recuerdas al cerrar los ojos; es una playa o una montaña, un amanecer o un atardecer, una ola en el mar que te refresca el cuerpo o un viento casi susurrante que silencia todo a tu alrededor al instante. En sus discos anteriores, "Iwa" de 2015 y "Otún" de 2019, su trabajo como productor prevaleció, impulsando la creciente ola de electrónica latinoamericana, fusionando IDM y techno con música de raíz indígena, folclore andino y ritmos de la costa tropical del Caribe y el Pacífico ancestral en cuanto a instrumentación. Pero en "El Nido", Montoya reparte la balanza, ofreciéndonos cinco temas puramente instrumentales y seis colaboraciones con artistas latinoamericanos, entre ellos las colombianas Nidia Góngora en "Soñé", Montañera en "Sierra" y Pedrina en "Nubecita". También cuenta con la participación de la mexicana Pahua en "Flor del Mar", la peruana Lara Nuh en "El Faro" y la franco-venezolana La Chica en "Palosanto". Desde su propio nombre ("The Nest"), una evocación de hogar, "El Nido" es también un municipio filipino en la isla de Palawan, lugar que resultó ser la última experiencia en vivo de Montoya antes de la pandemia. Ese lugar de mares cristalinos y arena blanca se convirtió en el escenario y punto de partida de este trabajo, que reflexiona sobre la abstracción de un mundo caótico y propone destinos difusos con cada canción, como lugares que existen en los recuerdos cuando cerramos los ojos, permitiéndonos habitarlos, al menos durante un par de minutos. Por otro lado, es un disco que aborda el amor; como anhelo y refugio, como guía y ancla, pero también como figura retórica que nos hace vibrar y nos eleva, a la vez que nos mantiene con los pies en la tierra y nos permite asentarnos en el lugar que podemos usar como refugio.