Detalles: En el primero de sus dos grandes conciertos para clarinete, el estilo operístico de Weber se hace evidente desde su dramático inicio, en forma de aria trágica. El delicioso rondó final, al estilo de una ópera bufa cavatina, está precedido por un movimiento lento que recuerda claramente que Weber era pariente político de Mozart. El famoso esposo de Constanze Weber (que ya gozaba de estatus legendario) no solo fue el modelo a seguir para su padre cuando este se propuso convertir a su hijo en un prodigio, sino que el Concierto para clarinete K.622 de Mozart sentó las bases de gran parte de la composición para este instrumento en el siglo XIX. El segundo de sus conciertos para clarinete, en mi bemol mayor, contrasta marcadamente con el primero; el viento, más sinfónico, del primer movimiento está estructurado en un estilo mucho más clásico, a la vez que muestra las coloraturas y los saltos y recorridos virtuosos del solista. Weber compuso sus dos únicas sinfonías a los veinte años, entre 1806 y 1807, mientras se encontraba en la corte de Karlsruhe al servicio del duque Eugenio de Württemberg-Öls. Este breve interludio en su vida fue uno que más tarde recordaría como uno de los más felices de su carrera y el único en el que no estuvo al frente de un escenario. En términos de propósito funcional, es natural que Weber no siguiera la senda del Romanticismo al intentar convertir las sinfonías en vehículos de mensajes metafísicos o declaraciones de verdades cósmicas.