Detalles: Muna es magia. ¿Qué otra banda podría haber marcado el año 2021 con lentejuelas y pompones, haciéndote cantar (y quizás incluso creer) que "La vida es tan divertida, la vida es tan divertida", durante lo que bien pudo haber sido el período más difícil de tu vida? "Silk Chiffon", el éxito instantáneo de culto de Muna, con la participación de la nueva directora del sello discográfico, Phoebe Bridgers, llegó al cielo gris del año y medio de la pandemia como un doble arcoíris. Pitchfork la llamó un "remolino de mariposas en el estómago", NPR un "gusano queer" y Rolling Stone "una de las melodías más dulces del año, que irradia la clase de pura felicidad pop que tantas bandas buscan pero que casi nunca logran". Para Naomi McPherson, guitarrista y productora de Muna, fue "una canción para que los niños se den su primer beso gay". Y florecieron miles de memes desquiciados en Twitter y TikTok. Katie Gavin, cantante y compositora de Muna, escribió "Silk Chiffon" justo después de terminar el álbum de la banda de 2019, Saves the World. Este LP comenzaba con el sencillo principal: "Así que escuché las malas noticias/ No le gusto a nadie y voy a morir sola en mi habitación/ Mirando a extraños por teléfono", y terminaba con una hipnótica e introspectiva confesión sobre el fracaso y el consuelo. Desde el comienzo de su carrera, Muna ha abrazado el dolor como la base del anhelo, el centro de una verdad radical, parte del crecimiento y un factor inherente a la experiencia de marginación: los miembros de la banda pertenecen a comunidades queer y minoritarias, y tocan para estos compañeros de viaje sobre todo. Pero en "Silk Chiffon", simplemente había anhelo, y fue felizmente correspondido. "Es una canción que te ayuda a desestresarte", dice Gavin. "Saves the World fue una terapia en un disco, y estaba empezando a ver cambios en mi vida, más momentos de alegría. ¡Es increíble que alguien como yo pudiera escribir con tanta fluidez!". Sin embargo, lo que hace que el estribillo de "Silk Chiffon" sea tan potente es la sensación subyacente de que la banda entiende exactamente qué hay que reprimir, o con qué hay que lidiar, para poder cantarlo. "Somos tres de las personas más deprimidas con las que podrías encontrarte, dependiendo del día", dijo McPherson con una sonrisa. Gavin, McPherson y Josette Maskin, la guitarrista de Muna, están a punto de cumplir diez años de amistad. Empezaron a componer juntos en la universidad, en la USC, y lanzaron un éxito temprano, el sencillo de 2017 "I Know a Place", una invocación contenida del santuario y la trascendencia LGBTQ. Ahora, a finales de sus veinte, el trío se ha convertido en algo más parecido a una familia. Pasaron gran parte del inicio de la pandemia como grupo, apoyándose mutuamente y a Muna —un proyecto que, a estas alturas, los superaba— incluso cuando no tenían claro nada sobre el futuro. RCA los había despedido, y tenían pocos ingresos, ninguna adrenalina que les permitiera trabajar, ningún concierto con público que les recordara el apoyo que les brindan sus canciones. Se preguntaban: ¿Es esta carrera siquiera viable en esta nueva realidad? ¿Podemos encontrar la manera de motivarnos, de sentirnos realizados intrínsecamente? Durante meses, se rindieron a esta confusión, a la realidad de sentirse humildes ante el cambio. "Hay que dejar que las cosas se derrumben", dijo Gavin. "Y solo fue posible gracias a esta enorme confianza. Tengo muy pocas relaciones en mi vida en las que tengo la confianza que tengo con Naomi y Jo, en las que puedo confiar en que hay un propósito superior, en que podemos superar todos los límites, los compromisos y los problemas que conllevan las relaciones a largo plazo, y luego volver a la normalidad". Muna, el tercer álbum homónimo de la banda, es más que un regreso. El período de incertidumbre y cuestionamiento abierto de la banda lo quemó todo, dejando como resultado una proeza: la producción contundente, deliberada y dimensional de una banda que no tiene nada que demostrarle a nadie, excepto a sí misma. El sintetizador de "What I Want" brilla como un himno de baile de Robyn; "Anything But Me", galopante en 12/8, evoca a Shania Twain en neón ochentero; "Kind of Girl", con su coro vibrante y lastimero de The Chicks, pide ser cantada a todo volumen con tus mejores amigos. Muna trabaja con el código fuente del pop que te conmueve; el álbum está lleno de anhelo, revelación y libertad ganada con esfuerzo. Hicieron su primer álbum ellos mismos, con plugins gratuitos, en un estudio casero; hicieron el segundo en sesiones formales con coproductores, pensando que debían profesionalizarse. Con Muna, volvieron a hacerlo todo ellos mismos, con una renovada seguridad creativa y habilidad técnica, tanto en los arreglos y la producción de McPherson y Maskin como en la composición de Gavin, que es tan propulsiva como siempre, pero que aquí se abre a nuevos momentos de perspectiva y gracia. "Lo que en definitiva nos mantiene unidos", dijo Maskin, "es saber que alguien escuchará cada una de estas canciones y las usará para lograr el cambio que necesita en su vida. Que la gente sentirá una especie de catarsis, aunque sea una catarsis que yo nunca habría experimentado, porque estoy hecho polvo". McPherson añadió: "Espero que este álbum ayude a la gente a conectar entre sí como nosotros, en Muna, hemos aprendido a conectar". Y eso es lo que hace Muna, al final: crea un espacio en medio de cualquier porquería existencial por la que estás chapoteando a diario y te transporta, de repente - a ti que has llegado a la música buscando una respuesta que no puedes encontrar en ningún otro lugar - a una habitación donde todo es posible, donde la bola de discoteca nunca ha dejado de arrojar destellos sobre las paredes, donde puedes sudar y llorar y tumbarte en el suelo y besarte con quien sea, donde la vulnerabilidad en presencia de quienes te aman puede hacerte sentir momentáneamente a prueba de balas y la timidez solo agudiza la oleada de alegría.